A
pesar de ser acertadas la mayoría de las observaciones de A.
Einstein,
nunca
quedó muy claro si con relación a la Física
Cuántica, particularmente
respecto
al entrelazamiento cuántico, él tendría razón
alguna...
...hasta
ahora.
*
Einstein
estaba en lo correcto, sin embargo se equivocó. Con mayor
precisión, este fue el acierto de
Einstein:
Que
las leyes de la Física –más aún, de la
Naturaleza–
gobiernan
por todo el Universo sin excepción.
Porque
la evidencia, hasta el momento, no ha mostrado que lo contrario
ocurra. Y, filosóficamente, esto debe ser cierto: las leyes de
la Naturaleza rigen al Universo porque es el Universo mismo, siendo
como es, el que determina dichas leyes. El Universo (o la
Naturaleza) no se equivoca, y sus leyes no pueden contradecirse entre
sí.
Cuando
los científicos estudian a la Naturaleza, encuentran leyes,
que en el caso de no cumplirse no son declaradas como un error por
parte del Universo, sino por parte de los científicos que en
su tarea de investigación no establecieron correctamente las
ideas que gobiernan los fenómenos que estudian.
Y
si una ley del Universo fuese que «No en todas partes del
Universo gobiernan las leyes de la Naturaleza», entonces los
científicos asumen que dicha parte donde hay tal “anarquía”
en realidad no es parte del Universo, como podría estar
ocurriendo (aún no se sabe) con los Multiversos, es decir,
otros Universos que es posible existan a la par que el nuestro, con
sus propias Big Bangs y sus propias leyes. No es materia de estudio
lo que ocurra en otros Universos porque al no estar en ellos, al no
pertenecer los científicos a dichos Universos ajenos al
nuestro, no es posible obtener evidencia para realizar una
investigación que nos lleve a conocer qué leyes los
rigen.
Es
por ello que, a grandes rasgos, Einstein tuvo un acierto al plantear
dicho argumento para fundamentar la Teoría de la Relatividad
y, en dado caso, no debería sorprendernos en su exactitud: si
parte dicha teoría de una idea tan acertada como que todo el
Universo se rige por las mismas leyes, entonces no debería de
haber errores en las conclusiones que de ello surgieren, como que el
Universo se expande, o que el espacio y el tiempo tienen verdadera
existencia física –y no como algunos pueden afirmar que son
el espacio y el tiempo invenciones del ser humano–, de tal modo que
se deforman en presencia de una masa.
No
obstante, Einstein estaba equivocado. Porque creyó, aunque
nunca logró demostrarlo, que la tesis sobre las leyes que
gobiernan el Universo implicaba directamente lo suguiente:
Que
el Universo existe independientemente
de
las mediciones realizadas para conocer su existencia.
Algunas
personas, varias, concuerdan con esta idea, no obstante, la Física
Cuántica llegó a sorprender planteando aparentemente
entre sus consecuencias, que en realidad ocurría lo contrario,
esto es:
Que
el Universo existe sólo porque es posible
realizar
mediciones para conocer su existencia.
¿Qué
significa «conocer la existencia del Universo»?
Al mencionar esa frase se intenta decir que los científicos
investigan qué cosas existen, son reales, en el Universo, y
qué cosas no, además de su comportamiento (o bien,
investigan si existe tal o cual comportamiento para las cosas en el
Universo).
Este
problema no fue de importancia en la antigüedad, por ejemplo, en
la época de I. Newton, porque se estudiaba a los objetos que
eran observables y, ciertamente, no había razón por la
cual dudar de su existencia. Asimismo, tampoco se cuestionó
demasiado –no como ahora– si existían objetos que a pesar
de no ser observados en aquellos años, pudieran existir.
El
problema sobre la existencia de los objetos en el Universo, y en sí
sobre la existencia del Universo mismo, surge porque las teorías
científicas comienzan a adelantarse a la evidencia, lo que es,
se comenzó a predecir teóricamente la existencia de
fenómenos que aún no eran observados, casos notables en
el siglo XX son todas las partículas subatómicas que
fueron sugeridas teóricamente antes de haber sido detectadas,
y el caso más reciente, en el siglo XXI, es el bosón de
Higgs.
Las
teorías adelantándose a los descubrimientos comienzan a
plantear la cuestión de la existencia de los objetos en el
Universo. Y, finalmente, como las teorías han sido llevadas a
extremos tales como la descripción del Universo por completo,
también comenzó a cuestionarse qué era en
realidad el Universo, la Naturaleza, y qué cosas existían
y qué cosas no existían dentro de él. Porque
sabiendo esto, los científicos son capaces de conocer a qué
“le están apostando”, y por dónde deben continuar
sus investigaciones.
Es,
pues, que Einstein se declara a favor de la existencia del Universo,
independientemente de lo que sea posible medirse. Esto es, Einstein
le da certificado de existencia a todas las cosas, sean medibles
éstas o no, aunque teorizables de alguna forma.
Como
el peso de la palabra de Einstein, con el tamaño de acierto
que logró con la Teoría de la Relatividad, era casi
indiscutible, muchos se decantaron a creer lo mismo que él. No
obstante, la Física Cuántica, tan reciente como la
Teoría de la Relatividad, muestra matemáticamente que
Einstein no es tan acertado en cuanto a la existencia del Universo,
específicamente, la desigualdad de Heisenberg indica que hay
propiedades de ciertos objetos que no son medibles y que no podrían
garantizar la existencia plena de tales objetos.
Un
ejemplo burdo –porque no ejemplifica realmente lo que la
desigualdad de Heisenberg comunica– permitirá aprehender un
poco el problema: suponiendo que uno está por abrir una
puerta, al abrirla por completo es posible garantizar qué hay
al interior de la habitación que resguarda. No obstante, al
abrir la puerta se deja de observar la puerta por observar la
habitación, aunque la puerta es parte de la habitación.
Entonces, o conocemos la puerta con suficiente precisión
–cuando ésta se encuentra cerrada–, o conocemos el resto
de la habitación con suficiente precisión –cuando la
puerta se encuentra abierta–, pero nunca será posible
conocer del todo a la habitación, porque siempre existirá
algo que falte por medir de ella.
Ahora,
las partículas subatómicas siguen un comportamiento
similar al de la habitación, según la desigualdad de
Heisenberg: al medir con gran precisión la velocidad de una
partícula, es imposible conocer dónde está; al
medir con gran precisión dónde está la
partícula, es imposible saber a que velocidad se mueve, eso
entre otras relaciones similares (por ejemplo, entre la energía
y el tiempo).
Entonces,
podría medirse una parte del Universo, y podría
garantizarse la existencia de la parte medida, pero no sería
posible determinar la existencia de todo el Universo, esto según
la Física Cuántica. Einstein, con el peso de las ideas
que lo precedían, ejercía –y sigue ejerciendo– un
contrapeso importante para dicha idea. Porque, ciertamente, tampoco
la Física Cuántica tiene la última palabra.
Tanto es así que uno podría cuestionarse si en verdad
un objeto del Universo deja de existir con certeza plena, sólo
porque no lo estamos midiendo de una u otra forma.
Y
en realidad, siendo lógicos, ninguna de ambas posturas
es correcta. La explicación viene dada por lo
siguiente: retomando a la habitación de la analogía,
sólo podríamos decir plenamente o bien que la puerta
existe, o bien que el interior de la habitación existe. Y no
podríamos adelantarnos a decir que la puerta existe o deja de
existir sólo porque estamos viendo el interior, y viceversa,
no podemos declarar que el interior existe o deja de existir porque
estamos viendo la puerta únicamente.
En
otras palabras, se pretende en el presente texto declarar una opción
más coherente con la realidad, no dictaminada por la voz
prestigiada de tal o cual científico, sino por lo que en
verdad se observa de solamente medir:
Que
sólo es posible declarar la existencia del Universo
en
las condiciones que sean medidas de éste.
Esto
es, que ni Einstein ni sus detractores tienen razón. Porque
han especulado sobre lo que “debería” o no ser medible en
el Universo, o lo que debería “existir” en la Naturaleza,
sin considerar que la evidencia es la única forma para
entender aquello cuya existencia discuten. Einstein, por una parte,
determinó la existencia de las cosas incluso cuando no son
medidas, o cuando no son medibles, lo cual es un error: la Ciencia
sólo puede declarar verdadera una ley que rija al Universo
cuando ésta ha sido comprobada a través del mediciones.
Aparte, los detractores de Einstein se equivocan al inferir que deja
de existir aquello que no se mide: el caso es, cuando no se mide un
objeto, no hay evidencia de qué ocurre con el objeto, y no es
posible declarar si éste existe o no, puesto que no hay
medición que corrobore lo que se está declarando.
Se
exhorta, pues, a la comunidad científica, a que sean más
razonables en sus declaraciones porque asumen lo que no han medido, y
lo validan porque la teoría de tal o cual persona con alto
prestigio, dígase la Teoría de la Relatividad o la
Física Cuántica, predice que debería medirse en
un sentido o en otro aquello que no es posible medir.
Porque
es cierto que las teorías permiten predecir mediciones
futuras, pero también es cierto que no todas las
extrapolaciones que se efectúan con base en las teorías
sean correctas, dado que dichas teorías no son 100% certeras,
sino sólo muy probablemente correctas.
En
verdad existen problemas por las implicaciones matemáticas de
ambas posturas. Un ejemplo es la descripción del
entrelazamiento cuántico, donde dos partículas dejan de
interactuar con cualquier partícula o medidor –a saberse–,
no obstante al no medir es imposible declarar científicamente
(sólo se declara especulativamente) qué ocurre con las
partículas mientras no interactúan con nada. Porque se
está asumiendo, incluso en los ámbitos más
serios de la Física, que la Física Cuántica
describe lo que ocurre cuando las partículas no interactúan,
siendo que jamás ha sido posible medir tal condición de
interacción carente. Entonces, al intentar compaginar los
resultados de dicha especulación con las consecuencias que
ésta tendría en la realidad –sobre todo para la
Teoría de la Relatividad–, no empatan y generan absurdos,
como es lógico que ocurra cuando una idea correcta
(proveniente de las mediciones) se intenta hacer compatible con otra
incorrecta (proveniente de especulaciones). Es así, que se ha
sugerido la existencia de interacciones “fantasma” que superan la
velocidad de luz para transmitir información, contradiciendo
en varios aspectos de la Teoría de la Relatividad, y
semejantes explicaciones carentes de sentido lógico por lo que
ha sido señalado desde el comienzo de este texto.
Cabe
mencionarse que asumir la idea de Einstein, no en la cual acertó
y que funda la Teoría de la Relatividad, sino la segunda, como
aquella describiendo lo que ocurre cuando las partículas no
interactúan también lleva a absurdos: porque a partir
de ésta se deduce que las partículas “deben” seguir
tal o cual comportamiento (lo mismo que surge con la Física
Cuántica) y que, al final, va a contradecir los resultados
experimentales porque el azar que gobierna a las partículas no
tiene nada que ver con el “deber ser” que se impone a las
partículas de manera especulativa.
Sólo
podría plantearse, aunque de un modo demasiado
tentativo y, ciertamente, incorrecto, que las
partículas que no interactúan se rigen por las mismas
leyes que rigen a todos los objetos que no interactúan, aunque
en esto último existe una contradicción posible porque
quizá ni siquiera existan leyes para ello, y de hecho no
debería haberlas por la falta de mediciones a que está
sometido de forma intrínseca el fenómeno en cuestión.
Quizá la única ley en eso es que no deba tenerse leyes
que describan lo que no es medible, porque eso ya no describe la
situación de aquello que es imposible medir, sino que describe
a los medidores.
Otros
absurdos observados por asumir prácticamente lo mismo, están
en la “energía del punto cero” y en el “cero absoluto”,
donde se consideran valores mínimos tanto de energía
como de temperatura cuando en realidad ni uno ni otro son medibles
porque implican en sus descripciones conceptuales la ausencia de
interacciones con el Universo, lo que es equivalente a la
imposibilidad de mediciones para tales efectos. En otras palabras,
siguiendo el argumento que se pretende explicar aquí mismo,
ninguno de estos dos conceptos pueden ser teóricamente
factibles, apenas hipotéticos como las interacciones
“fantasma”, pero nunca yendo más allá de ser meras
suposiciones, mismas que jamás tendrán cabida en los
razonamientos de la Física que en verdad sean acertados.
En
resumen, no se ha intentado desacreditar a ninguna teoría de
la Física, sino apenas limitar sus alcances. Sólo
pueden determinar y predecir dichas teorías (dicha ideas)
aquello que es medible, jamás aquello imposible de medición.
Y, aunque parezca obvio, es imposible de medición el fenómeno
donde no se efectúe medición alguna. Es importante
señalar dicha obviedad porque ha sido el desdén a la
misma el origen de los problemas filosóficos –cabe decir que
la tecnología y las herramientas de cálculo han
evolucionado con el ritmo dado por las investigaciones– entre las
teorías más importantes de la Física, las más
precisas en sus predicciones, de las cuales han surgido absurdos que
en realidad no deberían de existir teniéndose un
pensamiento racional.
28
de Septiembre de 2014
[Esta entrada participa en la LVI Edición del Carnaval de la Física alojado en el blog High Ability Dimension.]